¡Qué
elegante, la prosa de Hessel! Las palabras se deslizan ante tus ojos,
silenciosa pero firmemente, sin esfuerzo alguno. Los personajes de
ese Berlín secreto, bohemio y burgués de los años 20 van
desfilando y cada retrato presenta la complejidad y la belleza de su
objeto breve y minuciosamente. Parece magia, cómo en las 24 horas
que acompañamos al joven Wendelin por las calles y habitaciones más
especiales de la capital alemana, llegamos a conocer a cada uno de
los actores, a sentir sus anhelos, a comprender sus pasiones...
Karola,
cansada de ser un lujo, sólo quiere ser necesaria y huir, viajar
lejos. Margot, pragmática y superficial. Oda, hermana abnegada,
viviendo la vida de otros. Eissner, protector de todos. El
conférencier, auténtico mago de las palabras y las pasiones.
Wendelin, aparente protagonista, joven hermoso y confuso, juguete en
las manos de algo parecido al amor, que busca la intensidad de la
vida...
Y Clemens,
el demiurgo de esta historia – el flautista de este cuento, según
Walter Benjamin-, que espera paciente y conoce los vericuetos de la
vida mejor que los demás. Tal vez el Alter Ego de Hessel, me
atrevo a decir, ya que comparte con él el amor por las palabras del
filólogo traductor y el enorme interés por la mitología.
“-¿Traduces?
-Decir eso
sería una exageración, reflexiono y anoto posibilidades. El mundo
antiguo conocía un concepto: el peso de las palabras. (…) Nunca he
entendido que digan que la palabra es un sonido vacío. ¿Acaso no
llena cualquier sonido? La palabra es magia, y quien cite una palabra
debería ser consciente del peligro y de la gracia. Citar quiere
decir invocar a los espíritus.”
Su amor por
Karola deslumbra al lector. Muestra de ello las líneas que siguen:
“ Desde
que no comparto con la amada, cuyo guardián soy, la gran convivencia
inconsciente del sueño, tampoco compartimos la rutina diaria como
antes. Pero la miro de cerca y de lejos. De nuevo, como al principio,
me resulta una apariencia. Jugando y bailando y llorando me
representa la vida. Y si llegase a amar a otro, también tendría que
ser testigo de ese amor. Ay, quizás el espectador hasta ame en mayor
grado que el amante mismo. Se funde con todas las cosas que su amada
toca, es su lecho, el aire que ella respira, todo lo que el amante,
en sus deseos, suprime. Y al final, llega también a amar al amante
y, como un extraño Polifemo, coge a ambos, Akis y Galatea, en su
red.”
A través de
los ojos de Clemens, su marido, es como conocemos realmente a su
amada Karola:
“ Si
pudiera amarla como ella quiere, seguramente tendría que matarla
(…). ¿Encontrará jamás a quien pueda consolarla y regalarle la
muerte o la vida? Le gustaría morir, como a todos los que aman la
vida de verdad.”
Y es que las
descripciones, tanto psicológicas como físicas, son uno de los
grandes regalos de esta breve novela. Los espacios, la luz nocturna,
o el viaje a través de los rasgos de un rostro son presentados con
detalle y soltura, como el pianista experto que mueve sus dedos por
la teclas al tocar una antigua canción de jazz.
No sólo en
las maravillosas descripciones se apoya el autor para crear la
atmósfera de cada escena, si no también en los rápidos diálogos,
que cuentan más de lo que aparentan. Y sea con uno de ellos, que
cerramos el artículo y recomendamos la lectura de este Berlín
secreto.
“-Pero
¿qué se le ha perdido en París?- opinó el conférencier-.
Si ya no hay absenta y los cafés-concierto están llenos de
americanos que no entienden las alusiones políticas y que prefieren
ver un teatro de revista con chicas desnudas. Y las alusiones
políticas no las podrá traducir a su querida lengua alemana.
-Pero las otras cosas...
-¡Las otras cosas! Antes tendré que dar al público clases
particulares de amor, para que entienda sus matices.
-Pues sí, ésa sería una tarea hermosa para ti, querido maestro-
dijo la Freo- ¿no podrías empezar con nosotros?
-No haces bien en burlarte de un chico honrado cuyo trabajo
intelectual está salvando a una vieja madre y dos hermanas solteras
de Ottakring de la pobreza y de la vergüenza, respectivamente.
-No hay remedio, todos tenemos que prostituirnos- dijo el hombre del
Báltico muy seriamente remarcando la letra R.
-¿Quien se lo pide, noble corso?- preguntó un gordo periodista que
entró en ese momento.
-Venga, señora Karola- dijo la Freo en voz baja-, encendamos el
gramófono de la sala de al lado y bailemos un poco. Esta
conversación se está poniendo demasiado seria.”