Esto
va de fronteras, de transgredir las fronteras. Porque eso es lo que
hacía Gabriel García Márquez, difuminar los límites entre lo
realista y lo mágico. Y tan bien lo hacía que se erigió en
maestro, tan bien que creó un nuevo género mil veces imitado,
seguido, homenajeado, tan bien que lloró desconsoladamente sobre su
cama al escribir la muerte del Coronel Aureliano Buen Día -no menos
azul por indefectible-.
Y
parece que hoy, después de la triste noticia -no menos azul por
indefectible-, sigue transgrediéndolas, porque no se ha ido del
todo, ¿verdad?
A
mí, que me fascinó con su universo de “100 años de soledad”,
que me pilló demasiado joven para comprender “Crónica de una
muerte anunciada” -ya se sabe que la muerte, cuando se es muy
joven, nunca nos va a llegar y que seremos eternos mientras seamos-,
no me queda sino seguir descubriendo a Gabo en sus letras. Por eso he
decidido comenzar con una obra tal vez menos célebre, pero tan él...
“El general en su laberinto”.
Tal
vez lo primero que venga a nuestra mente al pensar en esta obra es
que se trata de una novela
de dictadores,
subgénero narrativo presente sobre todo en la literatura
hispanoamericana que mezcla reflexiones políticas con un trasfondo
histórico y un relato protagonizado por un dictador. Este género
fue iniciado con Facundo
o Civilización y barbarie (1845),
de Domingo Faustino Sarmiento. Por citar un par de ejemplos más para
ayudarnos a centrarnos, diremos
El señor Presidente (1946),
de Miguel Ángel Asturias, El
otoño del patriarca
(1975), también de nuestro querido G.G. Márquez o el más reciente
La
fiesta del Chivo (2000),
de Mario Vargas Llosa
.
En
el caso que nos ocupa, se nos relata el último viaje de Simón
Bolívar desde Bogotá en mayo de 1830. El libertador no aparece como
un héroe, o al menos no sólo como tal. Y es que el relato está
lleno de patetismo. Son los últimos días de un militar envejecido
prematuramente, cansado y enfermo, que ve derrumbarse su sueño de
una América unida y libre de las garras de los españoles, que
emprende su último viaje para dejar América del sur, aunque no
terminamos de creernos que esa sea su intención. Y no se irá.
Es
una novela publicada en 1989, después de largos meses de
investigación y numerosas relecturas múltiples en búsqueda de
incongruencias o lapsus históricos. Uno de los puntos de partida es
la novela inconclusa de su amigo Álvaro Mutis sobre el último viaje
por el río Magdalena de Bolívar, al que pedirá permiso para
emprender este proyecto. La constituyen diferentes unidades
narrativas en las que Gabriel enlaza el avance del relato con
intensas descripciones, recuerdos y testimonios de los testigos que
posan su mirada sobre el anciano, desde un futuro que ya es pasado,
pero que nos parece presente:
“Don
Joaquín de Mier habría de recordar hasta el fin de sus muchos años
la criatura de pavor que desembarcaron en andas en el sopor de la
prima noche, envuelto en una manta de lana, con un gorro encima del
otro hundidos hasta las cejas, y apenas con un soplo de vida. Sin
embargo, lo que más recordó fue su mano ardiente, su aliento arduo,
la prestancia sobrenatural con la que abandonó las andas para
saludarlos a todos, uno por uno, con sus títulos y sus nombres
completos, sosteniéndose de pie a duras penas con la ayuda de sus
edecanes. Luego se dejó subir en vilo a la berlina y se derrumbó en
el asiento, con la cabeza sin fuerzas apoyada en el espaldar, pero
con los ojos ávidos pendientes de la vida que pasaba para él a
través de la ventana por una sola vez y hasta más nunca.”
Este
fragmento es uno de tantos ejemplos en los que uno de los personajes
se disfraza durante unas líneas de narrador, tan sutilmente que
creemos que seguimos frente al narrador en tercera persona que nos va
acompañando desde el comienzo. También vemos el juego temporal, en
el que se cruzan las tres líneas temporales que recorren el relato:
el viaje final de Simón Bolívar, el momento en el que el personaje
recuerda o relata determinada anécdota y el día desde el que nos
asomamos a la historia, muchos años después de la muerte de todos
los actores. Pero además nos sirve para acercarnos a la figura de
Simón de Bolívar y al tratamiento que de ella hace el nobel
colombiano. Como decíamos unas líneas atrás, el relato histórico
(entre otras muchas categorías aplicables), está impregnado de
patetismo, al fin y al cabo el héroe nos es presentado como una
“criatura de pavor”, indefenso y humano, envuelto en mantas y
sepultado bajo sus gorros.
Las
fiebres, el insomnio, la muerte inminente, planean sobre los días
del conquistador, que se va despidiendo de la vida, de sus allegados,
de los paisajes -”sin apartar la vista del esplendor de la bahía
que el mismo había considerado como la más bella del mundo”- y
de sus sueños poco a poco, sin darse cuenta. Pero también es
alguien orgulloso, que se resiste a los cuidados y, sobre todo, a
despertar un ápice de compasión. Hasta el último día planeará
viajes de reconquista y dibujará estrategias bélicas, hará
escribir cartas que pretenden cambiar el rumbo de la historia y
agotará sus últimas fuerzas en actos como el que aquí aparece. Al
fin y al cabo, tendrán lugar “por una sola vez y hasta más
nunca”.
Las
cartas, elemento fundamental en la novela. Bolívar nos deja caer
algún fragmento, alguna intención, el narrador nos habla de ellas,
pero no las podemos leer. Muchas cartas son escritas, como
adelantábamos, con fines políticos o estratégicos y otras para
cerrar deudas y dejar atado el destino de sus allegados cuando ve
cerca el final. Pero también hay cartas de amor; aunque el general
no permita que le lleguen las cartas de Manuela Sáenz, existen. Un
personaje que me ha resultado muy interesante, la principal amante de
Bolívar: Y es que casado y viudo en apenas unos meses muchos años
atrás, parece que la única mujer que estuvo presente en su vida a
lo largo del tiempo fue Manuela, mujer fuerte, independiente, que
lleva la contraria una y otra vez al general, que salva su vida, que
defiende su sombra en su ausencia aunque se juegue la vida por ello.
Otro
personaje muy ligado a Bolívar es José Palacios, las 12 letras que
abren la novela. Además de ser indispensable para el general, al que
ha acompañado toda la vida y al que sirve con mucho amor, es un
elemento narrativo fundamental, ya que a través de los recuerdos que
trae a colación, se va construyendo el relato, en el que a partir de
un momento muy concreto de la vida del general, conocemos su pasado y
su final.
El
final, tan presente en la obra de Gabriel García Márquez.
El
final.