lunes, 26 de enero de 2015

La literatura es revolucionaria

Así, en general, la literatura. No algunas obras – que también –, no algunos autores – que también –, sino la literatura en sí, como concepto, como hermosa existencia.

Es innegable que hay determinadas escritoras, determinados textos revolucionarios. Las cartas desde la cárcel, las páginas censuradas, los libros quemados gritan esta evidencia desde sus cadalsos. Palabras que llaman a la movilización, a la resistencia, a la disidencia, a la lucha por un futuro más justo, a la revolución.

Mis palabras favoritas.

Entender la relación de dichas palabras con los procesos políticos, históricos y culturales que las conforman, con la condiciones que las mecen, es una tarea indispensable, si no queremos caer en el cinismo y la distancia de nuestras blancas torres de marfil. Hace demasiado frío en la soledad de sus salas.

Pero la poesía desnuda también es revolucionaria, incluso su forma, su estilo. Ya decía Brecht que necesitamos conocer la forma, dominarla, para a través del juego que con ella establecemos, transmitir l'esprit buscado, hacer a los espectadores levantarse de las butacas apolilladas con fuego en la garganta. ¡Entendamos la forma, desnudemos las estructuras! El formalismo, queridos, no ha muerto.

El dulce efecto despiadado de cada sílaba, de cada construcción que nos hace extraño el mundo, que nos hace extrañas a nosotras mismas y vuelve al otro un viejo conocido, que nos descubre el verde, el mar, el pomo de la puerta y la manera de subir una escalera, eso, también es revolucionario: el golpe que hace añicos la alienación nuestra de cada día.



lunes, 8 de septiembre de 2014

Geografía


El deseo hecho culpa por lo prohibido, descripciones maravillosas de elementos enlazados inesperadamente que te llevan de la angustia a la atracción, al quiero y no puedo de lo imposible que se hace verbo.

Él la veía lejos, apoyada en la pared de aluminio, sentía que ya no era de él, y sin embargo, ya tan triste, sin su alegría fugada tras los globos de colores de la farmacia, se sentía en su tristeza alegre.
Alegría incomparable a la otra que pudo un momento ver completa; alegría ésta, de estos nuevos minutos, inmensa, inabarcable por enorme e invisible por verlo todo a través, alegría transparente que además de no vérsela hacía que las cosas tampoco se vieran por claras y así, dada la vuelta, se volvía a contemplar un segundo hasta que él mismo, atravesado por su alegría, también desaparecía y quedaba solo: lo triste, lo triste que en aquellos momentos transhumanos lo empañaba todo de una infinita, ligeramente gris, ligeramente azulada, alegría.


 
Max Aub, sus cuatro nacionalidades de equipaje,  juega con el castellano –lengua que decide adoptar, como quien adopta una patria- y construye en Geografía un viaje maravilloso y ambiguo por el mundo, desde una ventana, las manos entrelazadas; por el atlas, a través de unas cartas enviadas desde un barco, capricho del mar.



Puro extrañamiento, el relato, pura desautomatización del lenguaje, plagado de figuras retóricas: metáforas, metonimias, deliciosas enumeraciones, oxímoros…  Esta manera de refundar el lenguaje tal vez solo fue posible porque el castellano no era su lengua materna, de manera que utilizaba las palabras como si fueran un juguete prestado al que hay que tratar con mimo, como si fuera un cuento extranjero que hay que escuchar con tanta atención para entender cada detalle…

Se cuela una nota del autor para el autor, que en realidad es para nosotros:

(Dar la sensación de lluvia sin nombrarla, hacer que destilen las frases la humedad que resbala triste, lenta, sobre el hierro de las verjas del puerto, que el lector se sienta ir infiltrando por porosidad la niebla del agua lenta, que el gris se desprenda de las palabras, sin que reluzcan en las páginas: ni lluvia, ni agua, ni gris, ni triste. […])

¿Queréis saber qué es amor?

 “Soy tu-yo – le decía en la semioscuridad de su lenguaje de tono menor – tu-yo, eres tú dentro de mí y soy yo, tú en mis acciones”. Y había una pausa. Luego: “Un espejo no, tú misma: tú-yo”. Quedaban escalofriados por las palabras no comprendidas, largo rato, uno junto al otro, pegados en largo beso de sus cuerpos.


lunes, 30 de junio de 2014

El general en su laberinto

Esto va de fronteras, de transgredir las fronteras. Porque eso es lo que hacía Gabriel García Márquez, difuminar los límites entre lo realista y lo mágico. Y tan bien lo hacía que se erigió en maestro, tan bien que creó un nuevo género mil veces imitado, seguido, homenajeado, tan bien que lloró desconsoladamente sobre su cama al escribir la muerte del Coronel Aureliano Buen Día -no menos azul por indefectible-.

Y parece que hoy, después de la triste noticia -no menos azul por indefectible-, sigue transgrediéndolas, porque no se ha ido del todo, ¿verdad?

A mí, que me fascinó con su universo de “100 años de soledad”, que me pilló demasiado joven para comprender “Crónica de una muerte anunciada” -ya se sabe que la muerte, cuando se es muy joven, nunca nos va a llegar y que seremos eternos mientras seamos-, no me queda sino seguir descubriendo a Gabo en sus letras. Por eso he decidido comenzar con una obra tal vez menos célebre, pero tan él... “El general en su laberinto”.



Tal vez lo primero que venga a nuestra mente al pensar en esta obra es que se trata de una novela de dictadores, subgénero narrativo presente sobre todo en la literatura hispanoamericana que mezcla reflexiones políticas con un trasfondo histórico y un relato protagonizado por un dictador. Este género fue iniciado con Facundo o Civilización y barbarie (1845), de Domingo Faustino Sarmiento. Por citar un par de ejemplos más para ayudarnos a centrarnos, diremos El señor Presidente (1946), de Miguel Ángel Asturias, El otoño del patriarca (1975), también de nuestro querido G.G. Márquez o el más reciente La fiesta del Chivo (2000), de Mario Vargas Llosa .

En el caso que nos ocupa, se nos relata el último viaje de Simón Bolívar desde Bogotá en mayo de 1830. El libertador no aparece como un héroe, o al menos no sólo como tal. Y es que el relato está lleno de patetismo. Son los últimos días de un militar envejecido prematuramente, cansado y enfermo, que ve derrumbarse su sueño de una América unida y libre de las garras de los españoles, que emprende su último viaje para dejar América del sur, aunque no terminamos de creernos que esa sea su intención. Y no se irá.

Es una novela publicada en 1989, después de largos meses de investigación y numerosas relecturas múltiples en búsqueda de incongruencias o lapsus históricos. Uno de los puntos de partida es la novela inconclusa de su amigo Álvaro Mutis sobre el último viaje por el río Magdalena de Bolívar, al que pedirá permiso para emprender este proyecto. La constituyen diferentes unidades narrativas en las que Gabriel enlaza el avance del relato con intensas descripciones, recuerdos y testimonios de los testigos que posan su mirada sobre el anciano, desde un futuro que ya es pasado, pero que nos parece presente:

Don Joaquín de Mier habría de recordar hasta el fin de sus muchos años la criatura de pavor que desembarcaron en andas en el sopor de la prima noche, envuelto en una manta de lana, con un gorro encima del otro hundidos hasta las cejas, y apenas con un soplo de vida. Sin embargo, lo que más recordó fue su mano ardiente, su aliento arduo, la prestancia sobrenatural con la que abandonó las andas para saludarlos a todos, uno por uno, con sus títulos y sus nombres completos, sosteniéndose de pie a duras penas con la ayuda de sus edecanes. Luego se dejó subir en vilo a la berlina y se derrumbó en el asiento, con la cabeza sin fuerzas apoyada en el espaldar, pero con los ojos ávidos pendientes de la vida que pasaba para él a través de la ventana por una sola vez y hasta más nunca.”

Este fragmento es uno de tantos ejemplos en los que uno de los personajes se disfraza durante unas líneas de narrador, tan sutilmente que creemos que seguimos frente al narrador en tercera persona que nos va acompañando desde el comienzo. También vemos el juego temporal, en el que se cruzan las tres líneas temporales que recorren el relato: el viaje final de Simón Bolívar, el momento en el que el personaje recuerda o relata determinada anécdota y el día desde el que nos asomamos a la historia, muchos años después de la muerte de todos los actores. Pero además nos sirve para acercarnos a la figura de Simón de Bolívar y al tratamiento que de ella hace el nobel colombiano. Como decíamos unas líneas atrás, el relato histórico (entre otras muchas categorías aplicables), está impregnado de patetismo, al fin y al cabo el héroe nos es presentado como una “criatura de pavor”, indefenso y humano, envuelto en mantas y sepultado bajo sus gorros.

Las fiebres, el insomnio, la muerte inminente, planean sobre los días del conquistador, que se va despidiendo de la vida, de sus allegados, de los paisajes -”sin apartar la vista del esplendor de la bahía que el mismo había considerado como la más bella del mundo”- y de sus sueños poco a poco, sin darse cuenta. Pero también es alguien orgulloso, que se resiste a los cuidados y, sobre todo, a despertar un ápice de compasión. Hasta el último día planeará viajes de reconquista y dibujará estrategias bélicas, hará escribir cartas que pretenden cambiar el rumbo de la historia y agotará sus últimas fuerzas en actos como el que aquí aparece. Al fin y al cabo, tendrán lugar “por una sola vez y hasta más nunca”.

Las cartas, elemento fundamental en la novela. Bolívar nos deja caer algún fragmento, alguna intención, el narrador nos habla de ellas, pero no las podemos leer. Muchas cartas son escritas, como adelantábamos, con fines políticos o estratégicos y otras para cerrar deudas y dejar atado el destino de sus allegados cuando ve cerca el final. Pero también hay cartas de amor; aunque el general no permita que le lleguen las cartas de Manuela Sáenz, existen. Un personaje que me ha resultado muy interesante, la principal amante de Bolívar: Y es que casado y viudo en apenas unos meses muchos años atrás, parece que la única mujer que estuvo presente en su vida a lo largo del tiempo fue Manuela, mujer fuerte, independiente, que lleva la contraria una y otra vez al general, que salva su vida, que defiende su sombra en su ausencia aunque se juegue la vida por ello.

Otro personaje muy ligado a Bolívar es José Palacios, las 12 letras que abren la novela. Además de ser indispensable para el general, al que ha acompañado toda la vida y al que sirve con mucho amor, es un elemento narrativo fundamental, ya que a través de los recuerdos que trae a colación, se va construyendo el relato, en el que a partir de un momento muy concreto de la vida del general, conocemos su pasado y su final.

El final, tan presente en la obra de Gabriel García Márquez.


El final.

miércoles, 25 de diciembre de 2013

El Berlín secreto


¡Qué elegante, la prosa de Hessel! Las palabras se deslizan ante tus ojos, silenciosa pero firmemente, sin esfuerzo alguno. Los personajes de ese Berlín secreto, bohemio y burgués de los años 20 van desfilando y cada retrato presenta la complejidad y la belleza de su objeto breve y minuciosamente. Parece magia, cómo en las 24 horas que acompañamos al joven Wendelin por las calles y habitaciones más especiales de la capital alemana, llegamos a conocer a cada uno de los actores, a sentir sus anhelos, a comprender sus pasiones...

Karola, cansada de ser un lujo, sólo quiere ser necesaria y huir, viajar lejos. Margot, pragmática y superficial. Oda, hermana abnegada, viviendo la vida de otros. Eissner, protector de todos. El conférencier, auténtico mago de las palabras y las pasiones. Wendelin, aparente protagonista, joven hermoso y confuso, juguete en las manos de algo parecido al amor, que busca la intensidad de la vida...
Y Clemens, el demiurgo de esta historia – el flautista de este cuento, según Walter Benjamin-, que espera paciente y conoce los vericuetos de la vida mejor que los demás. Tal vez el Alter Ego de Hessel, me atrevo a decir, ya que comparte con él el amor por las palabras del filólogo traductor y el enorme interés por la mitología.

“-¿Traduces?
-Decir eso sería una exageración, reflexiono y anoto posibilidades. El mundo antiguo conocía un concepto: el peso de las palabras. (…) Nunca he entendido que digan que la palabra es un sonido vacío. ¿Acaso no llena cualquier sonido? La palabra es magia, y quien cite una palabra debería ser consciente del peligro y de la gracia. Citar quiere decir invocar a los espíritus.” 

Su amor por Karola deslumbra al lector. Muestra de ello las líneas que siguen:

“ Desde que no comparto con la amada, cuyo guardián soy, la gran convivencia inconsciente del sueño, tampoco compartimos la rutina diaria como antes. Pero la miro de cerca y de lejos. De nuevo, como al principio, me resulta una apariencia. Jugando y bailando y llorando me representa la vida. Y si llegase a amar a otro, también tendría que ser testigo de ese amor. Ay, quizás el espectador hasta ame en mayor grado que el amante mismo. Se funde con todas las cosas que su amada toca, es su lecho, el aire que ella respira, todo lo que el amante, en sus deseos, suprime. Y al final, llega también a amar al amante y, como un extraño Polifemo, coge a ambos, Akis y Galatea, en su red.”

A través de los ojos de Clemens, su marido, es como conocemos realmente a su amada Karola:

“ Si pudiera amarla como ella quiere, seguramente tendría que matarla (…). ¿Encontrará jamás a quien pueda consolarla y regalarle la muerte o la vida? Le gustaría morir, como a todos los que aman la vida de verdad.” 

Y es que las descripciones, tanto psicológicas como físicas, son uno de los grandes regalos de esta breve novela. Los espacios, la luz nocturna, o el viaje a través de los rasgos de un rostro son presentados con detalle y soltura, como el pianista experto que mueve sus dedos por la teclas al tocar una antigua canción de jazz.

No sólo en las maravillosas descripciones se apoya el autor para crear la atmósfera de cada escena, si no también en los rápidos diálogos, que cuentan más de lo que aparentan. Y sea con uno de ellos, que cerramos el artículo y recomendamos la lectura de este Berlín secreto.

“-Pero ¿qué se le ha perdido en París?- opinó el conférencier-. Si ya no hay absenta y los cafés-concierto están llenos de americanos que no entienden las alusiones políticas y que prefieren ver un teatro de revista con chicas desnudas. Y las alusiones políticas no las podrá traducir a su querida lengua alemana.
-Pero las otras cosas...
-¡Las otras cosas! Antes tendré que dar al público clases particulares de amor, para que entienda sus matices.
-Pues sí, ésa sería una tarea hermosa para ti, querido maestro- dijo la Freo- ¿no podrías empezar con nosotros?
-No haces bien en burlarte de un chico honrado cuyo trabajo intelectual está salvando a una vieja madre y dos hermanas solteras de Ottakring de la pobreza y de la vergüenza, respectivamente.
-No hay remedio, todos tenemos que prostituirnos- dijo el hombre del Báltico muy seriamente remarcando la letra R.
-¿Quien se lo pide, noble corso?- preguntó un gordo periodista que entró en ese momento.
-Venga, señora Karola- dijo la Freo en voz baja-, encendamos el gramófono de la sala de al lado y bailemos un poco. Esta conversación se está poniendo demasiado seria.” 

sábado, 30 de noviembre de 2013

Los Justos



Albert Camus no necesita presentación. Su pieza de teatro “Los Justos”, representada por primera vez en París en 1949, se presenta sin mi ayuda, como sigue:


Kaliayev              Desde hace un año, no pienso en otra cosa. Por este momento he vivido hasta ahora. Y ahora sé que quisiera morir allí mismo, al lado del gran duque. Perder mi sangre hasta la última gota, o arder de una sola vez, en la llama de la explosión, y no dejar nada tras de mí. ¿Comprendes por qué he pedido arrojar la bomba? Morir por la causa es la única manera de estar a su altura. Es la justificación.

Dora                         Yo también deseo esa muerte.

Kaliayev                  Sí, es una felicidad envidiable. Por la noche, a veces me agito en mi jergón de buhonero. Un pensamiento me atormenta: nos han convertido en asesinos. Pero pienso al mismo tiempo que voy a morir, y entonces mi corazón se apacigua. Sonrío, ¿sabes?, y me duermo como un niño.

Dora                  Está bien así, Yanek. Matar y morir. Pero en mi opinión, hay una felicidad todavía mayor. (Pausa. Kaliayev la mira. Ella baja los ojos.) El cadalso.

Kaliayev              (febrilmente): Lo he pensado. Morir en el momento del atentado deja algo inconcluso. Entre el atentado y el cadalso, en cambio, hay toda una eternidad, la única posible quizá para el hombre.

Dora                  (con voz apremiante, cogiéndole las manos) Ese pensamiento debe ayudarte. Pagamos más de lo que debemos.

Kaliayev                   ¿Qué quieres decir?

Dora                    Nos vemos obligados a matar, ¿verdad? ¿Sacrificamos deliberadamente una vida, una sola?

Kaliayev                   Sí.

Dora                        Pero ir hacia el atentado y luego hacia el cadalso, es dar dos veces la vida. Pagamos más de lo que debemos.

Kaliayev:            Sí, es morir dos veces. Gracias, Dora. Nadie puede reprocharnos nada. Ahora estoy seguro de mí. (Silencio.) ¿Qué te pasa, Dora? ¿No dices nada?


Aquí dejamos el diálogo más conmovedor y complejo de la obra. Kaliayev “el Poeta”, quizás el protagonista de esta pieza, y Dora, la única mujer revolucionaria que se desliza por sus páginas, se justifican, se apoyan: lo que vamos a hacer está bien y es necesario, se repiten. Y el juego dialéctico nos envuelve y nos hace preguntarnos: ¿Son, de hecho, los justos?

Camus sitúa la obra en la Rusia revolucionaria de 1905, en una habitación que se convertirá en cárcel. Un grupo de miembros de la Organización preparan un atentado contra el gran Duque Sergio, para liberar al pueblo Ruso de la dominación de los poderosos, de la esclavitud.

¿Es legítimo el asesinato? ¿Qué ocurre con los daños colaterales? ¿Y si esos daños colaterales significan la muerte de inocentes? ¿Se puede vivir con el peso del atentado? ¿O sólo se puede morir con él? Tendremos que pensar si el fin justifica los medios, tendremos que reflexionar sobre el valor de la vida y de la muerte.

¿Y las consecuencias...? Aquí un indicio:

Kaliayev             (estallando): Mi persona está por encima de usted y de sus amos. Usted puede matarme, no juzgarme. Sé a dónde quiere llegar. Busca un punto débil y espera de mí una actitud avergonzada, lágrimas y arrepentimiento. No conseguirá nada. Lo que yo soy no le concierne. Lo que le concierne es nuestro odio, el mío y el de mis hermanos. Está a su servicio.

Skuratov             ¿El odio? Otra idea. Lo que no es una idea es el crimen. Y sus consecuencias, naturalmente. Quiero decir, el arrepentimiento y el castigo. Ahí estamos en la realidad. Por eso me hice policía. Para estar en el centro de las cosas. Pero a usted no le gustan las confidencias. (Una pausa, se acerca lentamente a él.) Todo lo que quería decirle es esto: no debería usted fingir que ha olvidado la cabeza del gran duque. Si la tuviera en cuenta, la idea ya no le serviría de nada. Se sentiría avergonzado, por ejemplo, en lugar de enorgullecerse de lo que ha hecho. Y a partir del momento en que sienta vergüenza, deseará usted vivir para reparar. Lo más importante es que usted se decida a vivir.


¿Y por qué amamos a Kaliayev? Porque dice cosas cómo esta:

“¿Por qué no? Siempre tienes tristes los ojos, Dora. Hay que ser alegre, hay que ser orgullosa. La belleza existe, la alegría existe.”

Suena a amor, si aún cabe en sus vidas. Como esta:

“Entré en la revolución porque amo la vida”


Cómo no enamorarse, ¿verdad?

Frente a la figura del revolucionario y poeta, Camus nos ofrece a un Stepan tan desgarrado por la cárcel como su espalda por los latigazos, que necesita la disciplina, que quiere morir matando, que se siente justificado para siempre después de lo que ha sufrido... Pero que aún tiene fuerzas para afirmar con firmeza:


“La libertad también es una cárcel mientras haya un sólo hombre esclavizado en la tierra. Yo era libre y no dejaba de pensar en Rusia y en sus esclavos”

Y es que, en el fondo, Stepan no detesta al poeta, no desconfía de él como pretende mostrar, Stepan le envidia.

¿Entonces son terroristas o héroes? ¿Entonces somos Stepan o Kaliayev?




lunes, 29 de abril de 2013

Tinta


Tinta, tinta, tinta.

Una pena que no podáis ver la tinta con la que escribo esta líneas antes de pasarlas al ordenador, porque después de leer este libro no volveréis a mirar la tinta con los mismos ojos -algo parecido a lo que pasa tras leer El perfume de P. Suskind con los olores-.



Es una historia breve, que he devorado en un viaje en tren entre Madrid y los campos de Castilla, obra que no cansa, que no satura, pero que ofrece líneas de reflexión y nos acerca al mundo de la imprenta de principios de siglo (pasado).
Es el relato de la búsqueda del motivo de la sinrazón, la búsqueda del sentido -ya comentamos en una ocasión que es un tema habitual en la literatura ( por ejemplo en Nada), pero resuelto de maneras tan diversas... inagotable-.

Diferentes personajes dedican sus vidas a esa búsqueda, de una manera u otra, para tratar de superar conflictos vitales. Y es en ese proyecto que un matemático, un librero, un antiguo escritor actual corrector de estilo, un dueño de una imprenta y un editor se unen.

La estructura por capítulos nos permite conocer a cada uno de estos personajes, empezando y acabando por ELLA, como no podía ser de otra manera.
Muy interesante es la manera en que conocemos su pasado, como fragmentos de novelas perdidos que encuentran cobijo en cada capítulo.
Cada personaje nos ofrece algo, aunque he de decir que siento debilidad por el escritor, que en su carta de "suicidio" nos deja perlas como:

"-Epanadiplosis, debéis emplear más la epanadiplosis. En cambio, llenáis un folio con más de cien hipérboles. Para no hablar, ¡me decepcionáis!, de los apóstrofes que tan a menudo obviáis. Y abusáis, en su lugar, de la repetición, la repetición, la repetición, la dichosa repetición, que inunda vuestros fútiles textos.
Abandoné las clases de estilo al comprobar que los recursos estilísticos se adueñaban de mis palabras y adquirían la forma de una viva identidad."


Merece la pena leer esta novela sólo por la deliciosa representación de la locura de este escritor, de su obsesión con la identidad y el sentido más allá del enunciado. Que lo hay... ¿no?