miércoles, 25 de diciembre de 2013

El Berlín secreto


¡Qué elegante, la prosa de Hessel! Las palabras se deslizan ante tus ojos, silenciosa pero firmemente, sin esfuerzo alguno. Los personajes de ese Berlín secreto, bohemio y burgués de los años 20 van desfilando y cada retrato presenta la complejidad y la belleza de su objeto breve y minuciosamente. Parece magia, cómo en las 24 horas que acompañamos al joven Wendelin por las calles y habitaciones más especiales de la capital alemana, llegamos a conocer a cada uno de los actores, a sentir sus anhelos, a comprender sus pasiones...

Karola, cansada de ser un lujo, sólo quiere ser necesaria y huir, viajar lejos. Margot, pragmática y superficial. Oda, hermana abnegada, viviendo la vida de otros. Eissner, protector de todos. El conférencier, auténtico mago de las palabras y las pasiones. Wendelin, aparente protagonista, joven hermoso y confuso, juguete en las manos de algo parecido al amor, que busca la intensidad de la vida...
Y Clemens, el demiurgo de esta historia – el flautista de este cuento, según Walter Benjamin-, que espera paciente y conoce los vericuetos de la vida mejor que los demás. Tal vez el Alter Ego de Hessel, me atrevo a decir, ya que comparte con él el amor por las palabras del filólogo traductor y el enorme interés por la mitología.

“-¿Traduces?
-Decir eso sería una exageración, reflexiono y anoto posibilidades. El mundo antiguo conocía un concepto: el peso de las palabras. (…) Nunca he entendido que digan que la palabra es un sonido vacío. ¿Acaso no llena cualquier sonido? La palabra es magia, y quien cite una palabra debería ser consciente del peligro y de la gracia. Citar quiere decir invocar a los espíritus.” 

Su amor por Karola deslumbra al lector. Muestra de ello las líneas que siguen:

“ Desde que no comparto con la amada, cuyo guardián soy, la gran convivencia inconsciente del sueño, tampoco compartimos la rutina diaria como antes. Pero la miro de cerca y de lejos. De nuevo, como al principio, me resulta una apariencia. Jugando y bailando y llorando me representa la vida. Y si llegase a amar a otro, también tendría que ser testigo de ese amor. Ay, quizás el espectador hasta ame en mayor grado que el amante mismo. Se funde con todas las cosas que su amada toca, es su lecho, el aire que ella respira, todo lo que el amante, en sus deseos, suprime. Y al final, llega también a amar al amante y, como un extraño Polifemo, coge a ambos, Akis y Galatea, en su red.”

A través de los ojos de Clemens, su marido, es como conocemos realmente a su amada Karola:

“ Si pudiera amarla como ella quiere, seguramente tendría que matarla (…). ¿Encontrará jamás a quien pueda consolarla y regalarle la muerte o la vida? Le gustaría morir, como a todos los que aman la vida de verdad.” 

Y es que las descripciones, tanto psicológicas como físicas, son uno de los grandes regalos de esta breve novela. Los espacios, la luz nocturna, o el viaje a través de los rasgos de un rostro son presentados con detalle y soltura, como el pianista experto que mueve sus dedos por la teclas al tocar una antigua canción de jazz.

No sólo en las maravillosas descripciones se apoya el autor para crear la atmósfera de cada escena, si no también en los rápidos diálogos, que cuentan más de lo que aparentan. Y sea con uno de ellos, que cerramos el artículo y recomendamos la lectura de este Berlín secreto.

“-Pero ¿qué se le ha perdido en París?- opinó el conférencier-. Si ya no hay absenta y los cafés-concierto están llenos de americanos que no entienden las alusiones políticas y que prefieren ver un teatro de revista con chicas desnudas. Y las alusiones políticas no las podrá traducir a su querida lengua alemana.
-Pero las otras cosas...
-¡Las otras cosas! Antes tendré que dar al público clases particulares de amor, para que entienda sus matices.
-Pues sí, ésa sería una tarea hermosa para ti, querido maestro- dijo la Freo- ¿no podrías empezar con nosotros?
-No haces bien en burlarte de un chico honrado cuyo trabajo intelectual está salvando a una vieja madre y dos hermanas solteras de Ottakring de la pobreza y de la vergüenza, respectivamente.
-No hay remedio, todos tenemos que prostituirnos- dijo el hombre del Báltico muy seriamente remarcando la letra R.
-¿Quien se lo pide, noble corso?- preguntó un gordo periodista que entró en ese momento.
-Venga, señora Karola- dijo la Freo en voz baja-, encendamos el gramófono de la sala de al lado y bailemos un poco. Esta conversación se está poniendo demasiado seria.”