sábado, 30 de noviembre de 2013

Los Justos



Albert Camus no necesita presentación. Su pieza de teatro “Los Justos”, representada por primera vez en París en 1949, se presenta sin mi ayuda, como sigue:


Kaliayev              Desde hace un año, no pienso en otra cosa. Por este momento he vivido hasta ahora. Y ahora sé que quisiera morir allí mismo, al lado del gran duque. Perder mi sangre hasta la última gota, o arder de una sola vez, en la llama de la explosión, y no dejar nada tras de mí. ¿Comprendes por qué he pedido arrojar la bomba? Morir por la causa es la única manera de estar a su altura. Es la justificación.

Dora                         Yo también deseo esa muerte.

Kaliayev                  Sí, es una felicidad envidiable. Por la noche, a veces me agito en mi jergón de buhonero. Un pensamiento me atormenta: nos han convertido en asesinos. Pero pienso al mismo tiempo que voy a morir, y entonces mi corazón se apacigua. Sonrío, ¿sabes?, y me duermo como un niño.

Dora                  Está bien así, Yanek. Matar y morir. Pero en mi opinión, hay una felicidad todavía mayor. (Pausa. Kaliayev la mira. Ella baja los ojos.) El cadalso.

Kaliayev              (febrilmente): Lo he pensado. Morir en el momento del atentado deja algo inconcluso. Entre el atentado y el cadalso, en cambio, hay toda una eternidad, la única posible quizá para el hombre.

Dora                  (con voz apremiante, cogiéndole las manos) Ese pensamiento debe ayudarte. Pagamos más de lo que debemos.

Kaliayev                   ¿Qué quieres decir?

Dora                    Nos vemos obligados a matar, ¿verdad? ¿Sacrificamos deliberadamente una vida, una sola?

Kaliayev                   Sí.

Dora                        Pero ir hacia el atentado y luego hacia el cadalso, es dar dos veces la vida. Pagamos más de lo que debemos.

Kaliayev:            Sí, es morir dos veces. Gracias, Dora. Nadie puede reprocharnos nada. Ahora estoy seguro de mí. (Silencio.) ¿Qué te pasa, Dora? ¿No dices nada?


Aquí dejamos el diálogo más conmovedor y complejo de la obra. Kaliayev “el Poeta”, quizás el protagonista de esta pieza, y Dora, la única mujer revolucionaria que se desliza por sus páginas, se justifican, se apoyan: lo que vamos a hacer está bien y es necesario, se repiten. Y el juego dialéctico nos envuelve y nos hace preguntarnos: ¿Son, de hecho, los justos?

Camus sitúa la obra en la Rusia revolucionaria de 1905, en una habitación que se convertirá en cárcel. Un grupo de miembros de la Organización preparan un atentado contra el gran Duque Sergio, para liberar al pueblo Ruso de la dominación de los poderosos, de la esclavitud.

¿Es legítimo el asesinato? ¿Qué ocurre con los daños colaterales? ¿Y si esos daños colaterales significan la muerte de inocentes? ¿Se puede vivir con el peso del atentado? ¿O sólo se puede morir con él? Tendremos que pensar si el fin justifica los medios, tendremos que reflexionar sobre el valor de la vida y de la muerte.

¿Y las consecuencias...? Aquí un indicio:

Kaliayev             (estallando): Mi persona está por encima de usted y de sus amos. Usted puede matarme, no juzgarme. Sé a dónde quiere llegar. Busca un punto débil y espera de mí una actitud avergonzada, lágrimas y arrepentimiento. No conseguirá nada. Lo que yo soy no le concierne. Lo que le concierne es nuestro odio, el mío y el de mis hermanos. Está a su servicio.

Skuratov             ¿El odio? Otra idea. Lo que no es una idea es el crimen. Y sus consecuencias, naturalmente. Quiero decir, el arrepentimiento y el castigo. Ahí estamos en la realidad. Por eso me hice policía. Para estar en el centro de las cosas. Pero a usted no le gustan las confidencias. (Una pausa, se acerca lentamente a él.) Todo lo que quería decirle es esto: no debería usted fingir que ha olvidado la cabeza del gran duque. Si la tuviera en cuenta, la idea ya no le serviría de nada. Se sentiría avergonzado, por ejemplo, en lugar de enorgullecerse de lo que ha hecho. Y a partir del momento en que sienta vergüenza, deseará usted vivir para reparar. Lo más importante es que usted se decida a vivir.


¿Y por qué amamos a Kaliayev? Porque dice cosas cómo esta:

“¿Por qué no? Siempre tienes tristes los ojos, Dora. Hay que ser alegre, hay que ser orgullosa. La belleza existe, la alegría existe.”

Suena a amor, si aún cabe en sus vidas. Como esta:

“Entré en la revolución porque amo la vida”


Cómo no enamorarse, ¿verdad?

Frente a la figura del revolucionario y poeta, Camus nos ofrece a un Stepan tan desgarrado por la cárcel como su espalda por los latigazos, que necesita la disciplina, que quiere morir matando, que se siente justificado para siempre después de lo que ha sufrido... Pero que aún tiene fuerzas para afirmar con firmeza:


“La libertad también es una cárcel mientras haya un sólo hombre esclavizado en la tierra. Yo era libre y no dejaba de pensar en Rusia y en sus esclavos”

Y es que, en el fondo, Stepan no detesta al poeta, no desconfía de él como pretende mostrar, Stepan le envidia.

¿Entonces son terroristas o héroes? ¿Entonces somos Stepan o Kaliayev?