lunes, 29 de abril de 2013

Tinta


Tinta, tinta, tinta.

Una pena que no podáis ver la tinta con la que escribo esta líneas antes de pasarlas al ordenador, porque después de leer este libro no volveréis a mirar la tinta con los mismos ojos -algo parecido a lo que pasa tras leer El perfume de P. Suskind con los olores-.



Es una historia breve, que he devorado en un viaje en tren entre Madrid y los campos de Castilla, obra que no cansa, que no satura, pero que ofrece líneas de reflexión y nos acerca al mundo de la imprenta de principios de siglo (pasado).
Es el relato de la búsqueda del motivo de la sinrazón, la búsqueda del sentido -ya comentamos en una ocasión que es un tema habitual en la literatura ( por ejemplo en Nada), pero resuelto de maneras tan diversas... inagotable-.

Diferentes personajes dedican sus vidas a esa búsqueda, de una manera u otra, para tratar de superar conflictos vitales. Y es en ese proyecto que un matemático, un librero, un antiguo escritor actual corrector de estilo, un dueño de una imprenta y un editor se unen.

La estructura por capítulos nos permite conocer a cada uno de estos personajes, empezando y acabando por ELLA, como no podía ser de otra manera.
Muy interesante es la manera en que conocemos su pasado, como fragmentos de novelas perdidos que encuentran cobijo en cada capítulo.
Cada personaje nos ofrece algo, aunque he de decir que siento debilidad por el escritor, que en su carta de "suicidio" nos deja perlas como:

"-Epanadiplosis, debéis emplear más la epanadiplosis. En cambio, llenáis un folio con más de cien hipérboles. Para no hablar, ¡me decepcionáis!, de los apóstrofes que tan a menudo obviáis. Y abusáis, en su lugar, de la repetición, la repetición, la repetición, la dichosa repetición, que inunda vuestros fútiles textos.
Abandoné las clases de estilo al comprobar que los recursos estilísticos se adueñaban de mis palabras y adquirían la forma de una viva identidad."


Merece la pena leer esta novela sólo por la deliciosa representación de la locura de este escritor, de su obsesión con la identidad y el sentido más allá del enunciado. Que lo hay... ¿no?





lunes, 1 de abril de 2013

La mano invisible

Parecía imposible o, al menos muy difícil, escribir sobre el trabajo. No hablo de presentar una versión edulcorada o de salpicar un texto de trabajo de una manera anecdótica, hablo de escribir una novela sobre el trabajo, sin eufemismos.

Isaac Rosa lo ha conseguido. Escritor y periodista sevillano que publica actualmente sus sustanciosas columnas en El Diario y colabora en La Marea, por citar dos de mis medios favoritos.




La mano invisible es una novela y doce voces: un albañil, una operaria de cadena, un carnicero, un mozo, una telefonista, una limpiadora, un mecánico, una costurera, un camarero, una administrativa, un informático y un vigilante de seguridad.

Su hilo de pensamiento nos lleva a su pasado, sus historias laborales, nos proyecta hacia el futuro, sus planes, deseos, miedos... y, a veces, incluso se detiene en el presente: su actividad nos es descrita con el detalle del que sólo alguien con mucha experiencia (en los doce campos) es capaz. ¿Cómo lo has hecho, Isaac?

Nuestros doce protagonistas reflexionan mucho, ¿cómo han llegado a dedicar su vida a esto? ¿para qué y por qué trabajar? ¿qué significa realmente?

La administradora, por ejemplo, piensa:

"(...) la manera en que la sociedad industrial quebró la resistencia de los primeros obreros que no estaban preparados ni educados para aceptar que hubiese que trabajar tantas horas para ganarse un sustento escaso, cómo hubo que que domesticarlos con violencia para que venciesen su natural pereza, para que rompiesen su vínculo con los ritmos laborales de la tierra, el sol, las estaciones y las necesidades elementales, y se sometiesen a horarios fijos, fábricas cerradas, ritmos inhumanos, técnicas que rompían la tradicional enseñanza de un oficio, descansos que había que tomar a las horas y los días establecidos con independencia de a qué hora y qué día estaban cansados, y una moral que ensalzaba la laboriosidad y condenaba la ociosidad; de qué manera con el paso de los siglos, con el perfeccionamiento de los modos de producción y el adoctrinamiento de aquellos primeros obreros perezosos hemos llegado a nosotros,trabajadores bien educados desde el colegio y desde casa que vemos como algo natural, propio de la naturaleza humana, trabajar ocho o más horas diarias, descansar sólo dos días o menos, someternos a los modos de producción de los dueños del trabajo, entregar a cambio de un sueldo nuestro tiempo, nuestro esfuerzo, nuestro cansancio, nuestra atención, nuestra inteligencia, nuestro talento, nuestras emociones, nuestras habilidades sociales, nuestra salud, nuestro dolor, nuestro malestar. "

Está claro, ¿no?

¿Y por qué están estos doce personajes (más una eventual prostituta-limpiadora) juntos en esta historia? Han sido contratados para desempeñar su trabajo en una nave industrial... frente al público. El carnicero despieza animales no aptos para el consumo humano, la administrativa copia libros en un procesador de textos (muy interesante para los amantes de la intertextualidad y las citas), el mecánico desmonta coches, la telefonista hace encuestas que no van a ninguna parte... Todo sin ningún fin, ninguna utilidad aparente.

¿Es eso trabajar? ¿Es una instalación de arte moderno, un anuncio, una denuncia política...? Eso se pregunta el lector y se preguntan los tertulianos, periodistas...
Por supuesto, los trabajadores también se hacen preguntas de las que somos partícipes a través de recursos estilísticos como el texto en la pantalla de la administrativa que lleva una suerte de diario, el recuerdo de una conversación o de una reunión, el propio monólogo interior de las voces...
Sí, los trabajadores se reúnen para discutir lo que está pasando, hay tensiones, complicidades, espectáculo...

Y, poco a poco, vamos conociéndolos y descubriendo nuevas piezas del puzzle, mientras comprendemos lo absurdo de esta sociedad del trabajo  (valga el oxímoron), mientras nos cuestionamos lo dado por hecho.

Dan ganas de cambiar las cosas y fue un placer leerlo.

Gracias, Isaac.



La edición que he leído:




Otras de sus obras: