Tinta, tinta, tinta.
Una pena que no podáis ver la tinta
con la que escribo esta líneas antes de pasarlas al ordenador,
porque después de leer este libro no volveréis a mirar la tinta con
los mismos ojos -algo parecido a lo que pasa tras leer El perfume
de P. Suskind con los olores-.
Es una historia
breve, que he devorado en un viaje en tren entre Madrid y los campos
de Castilla, obra que no cansa, que no satura, pero que ofrece líneas
de reflexión y nos acerca al mundo de la imprenta de principios de
siglo (pasado).
Es el
relato de la búsqueda del motivo de la sinrazón, la búsqueda del
sentido -ya comentamos en una ocasión que es un tema habitual en la
literatura ( por ejemplo en Nada),
pero resuelto de maneras tan
diversas... inagotable-.
Diferentes
personajes dedican sus vidas a esa búsqueda, de una manera u otra,
para tratar de superar conflictos vitales. Y es en ese proyecto que
un matemático, un librero, un antiguo escritor actual corrector de
estilo, un dueño de una imprenta y un editor se unen.
La estructura por
capítulos nos permite conocer a cada uno de estos personajes,
empezando y acabando por ELLA, como no podía ser de otra manera.
Muy interesante es
la manera en que conocemos su pasado, como fragmentos de novelas perdidos que encuentran cobijo en cada capítulo.
Cada personaje nos ofrece algo, aunque he de decir que siento debilidad por el escritor, que en su carta de "suicidio" nos deja perlas como:
"-Epanadiplosis, debéis emplear más la epanadiplosis. En cambio, llenáis un folio con más de cien hipérboles. Para no hablar, ¡me decepcionáis!, de los apóstrofes que tan a menudo obviáis. Y abusáis, en su lugar, de la repetición, la repetición, la repetición, la dichosa repetición, que inunda vuestros fútiles textos.
Abandoné las clases de estilo al comprobar que los recursos estilísticos se adueñaban de mis palabras y adquirían la forma de una viva identidad."
Merece la pena leer esta novela sólo por la deliciosa representación de la locura de este escritor, de su obsesión con la identidad y el sentido más allá del enunciado. Que lo hay... ¿no?