lunes, 26 de enero de 2015

La literatura es revolucionaria

Así, en general, la literatura. No algunas obras – que también –, no algunos autores – que también –, sino la literatura en sí, como concepto, como hermosa existencia.

Es innegable que hay determinadas escritoras, determinados textos revolucionarios. Las cartas desde la cárcel, las páginas censuradas, los libros quemados gritan esta evidencia desde sus cadalsos. Palabras que llaman a la movilización, a la resistencia, a la disidencia, a la lucha por un futuro más justo, a la revolución.

Mis palabras favoritas.

Entender la relación de dichas palabras con los procesos políticos, históricos y culturales que las conforman, con la condiciones que las mecen, es una tarea indispensable, si no queremos caer en el cinismo y la distancia de nuestras blancas torres de marfil. Hace demasiado frío en la soledad de sus salas.

Pero la poesía desnuda también es revolucionaria, incluso su forma, su estilo. Ya decía Brecht que necesitamos conocer la forma, dominarla, para a través del juego que con ella establecemos, transmitir l'esprit buscado, hacer a los espectadores levantarse de las butacas apolilladas con fuego en la garganta. ¡Entendamos la forma, desnudemos las estructuras! El formalismo, queridos, no ha muerto.

El dulce efecto despiadado de cada sílaba, de cada construcción que nos hace extraño el mundo, que nos hace extrañas a nosotras mismas y vuelve al otro un viejo conocido, que nos descubre el verde, el mar, el pomo de la puerta y la manera de subir una escalera, eso, también es revolucionario: el golpe que hace añicos la alienación nuestra de cada día.