lunes, 8 de septiembre de 2014

Geografía


El deseo hecho culpa por lo prohibido, descripciones maravillosas de elementos enlazados inesperadamente que te llevan de la angustia a la atracción, al quiero y no puedo de lo imposible que se hace verbo.

Él la veía lejos, apoyada en la pared de aluminio, sentía que ya no era de él, y sin embargo, ya tan triste, sin su alegría fugada tras los globos de colores de la farmacia, se sentía en su tristeza alegre.
Alegría incomparable a la otra que pudo un momento ver completa; alegría ésta, de estos nuevos minutos, inmensa, inabarcable por enorme e invisible por verlo todo a través, alegría transparente que además de no vérsela hacía que las cosas tampoco se vieran por claras y así, dada la vuelta, se volvía a contemplar un segundo hasta que él mismo, atravesado por su alegría, también desaparecía y quedaba solo: lo triste, lo triste que en aquellos momentos transhumanos lo empañaba todo de una infinita, ligeramente gris, ligeramente azulada, alegría.


 
Max Aub, sus cuatro nacionalidades de equipaje,  juega con el castellano –lengua que decide adoptar, como quien adopta una patria- y construye en Geografía un viaje maravilloso y ambiguo por el mundo, desde una ventana, las manos entrelazadas; por el atlas, a través de unas cartas enviadas desde un barco, capricho del mar.



Puro extrañamiento, el relato, pura desautomatización del lenguaje, plagado de figuras retóricas: metáforas, metonimias, deliciosas enumeraciones, oxímoros…  Esta manera de refundar el lenguaje tal vez solo fue posible porque el castellano no era su lengua materna, de manera que utilizaba las palabras como si fueran un juguete prestado al que hay que tratar con mimo, como si fuera un cuento extranjero que hay que escuchar con tanta atención para entender cada detalle…

Se cuela una nota del autor para el autor, que en realidad es para nosotros:

(Dar la sensación de lluvia sin nombrarla, hacer que destilen las frases la humedad que resbala triste, lenta, sobre el hierro de las verjas del puerto, que el lector se sienta ir infiltrando por porosidad la niebla del agua lenta, que el gris se desprenda de las palabras, sin que reluzcan en las páginas: ni lluvia, ni agua, ni gris, ni triste. […])

¿Queréis saber qué es amor?

 “Soy tu-yo – le decía en la semioscuridad de su lenguaje de tono menor – tu-yo, eres tú dentro de mí y soy yo, tú en mis acciones”. Y había una pausa. Luego: “Un espejo no, tú misma: tú-yo”. Quedaban escalofriados por las palabras no comprendidas, largo rato, uno junto al otro, pegados en largo beso de sus cuerpos.


lunes, 30 de junio de 2014

El general en su laberinto

Esto va de fronteras, de transgredir las fronteras. Porque eso es lo que hacía Gabriel García Márquez, difuminar los límites entre lo realista y lo mágico. Y tan bien lo hacía que se erigió en maestro, tan bien que creó un nuevo género mil veces imitado, seguido, homenajeado, tan bien que lloró desconsoladamente sobre su cama al escribir la muerte del Coronel Aureliano Buen Día -no menos azul por indefectible-.

Y parece que hoy, después de la triste noticia -no menos azul por indefectible-, sigue transgrediéndolas, porque no se ha ido del todo, ¿verdad?

A mí, que me fascinó con su universo de “100 años de soledad”, que me pilló demasiado joven para comprender “Crónica de una muerte anunciada” -ya se sabe que la muerte, cuando se es muy joven, nunca nos va a llegar y que seremos eternos mientras seamos-, no me queda sino seguir descubriendo a Gabo en sus letras. Por eso he decidido comenzar con una obra tal vez menos célebre, pero tan él... “El general en su laberinto”.



Tal vez lo primero que venga a nuestra mente al pensar en esta obra es que se trata de una novela de dictadores, subgénero narrativo presente sobre todo en la literatura hispanoamericana que mezcla reflexiones políticas con un trasfondo histórico y un relato protagonizado por un dictador. Este género fue iniciado con Facundo o Civilización y barbarie (1845), de Domingo Faustino Sarmiento. Por citar un par de ejemplos más para ayudarnos a centrarnos, diremos El señor Presidente (1946), de Miguel Ángel Asturias, El otoño del patriarca (1975), también de nuestro querido G.G. Márquez o el más reciente La fiesta del Chivo (2000), de Mario Vargas Llosa .

En el caso que nos ocupa, se nos relata el último viaje de Simón Bolívar desde Bogotá en mayo de 1830. El libertador no aparece como un héroe, o al menos no sólo como tal. Y es que el relato está lleno de patetismo. Son los últimos días de un militar envejecido prematuramente, cansado y enfermo, que ve derrumbarse su sueño de una América unida y libre de las garras de los españoles, que emprende su último viaje para dejar América del sur, aunque no terminamos de creernos que esa sea su intención. Y no se irá.

Es una novela publicada en 1989, después de largos meses de investigación y numerosas relecturas múltiples en búsqueda de incongruencias o lapsus históricos. Uno de los puntos de partida es la novela inconclusa de su amigo Álvaro Mutis sobre el último viaje por el río Magdalena de Bolívar, al que pedirá permiso para emprender este proyecto. La constituyen diferentes unidades narrativas en las que Gabriel enlaza el avance del relato con intensas descripciones, recuerdos y testimonios de los testigos que posan su mirada sobre el anciano, desde un futuro que ya es pasado, pero que nos parece presente:

Don Joaquín de Mier habría de recordar hasta el fin de sus muchos años la criatura de pavor que desembarcaron en andas en el sopor de la prima noche, envuelto en una manta de lana, con un gorro encima del otro hundidos hasta las cejas, y apenas con un soplo de vida. Sin embargo, lo que más recordó fue su mano ardiente, su aliento arduo, la prestancia sobrenatural con la que abandonó las andas para saludarlos a todos, uno por uno, con sus títulos y sus nombres completos, sosteniéndose de pie a duras penas con la ayuda de sus edecanes. Luego se dejó subir en vilo a la berlina y se derrumbó en el asiento, con la cabeza sin fuerzas apoyada en el espaldar, pero con los ojos ávidos pendientes de la vida que pasaba para él a través de la ventana por una sola vez y hasta más nunca.”

Este fragmento es uno de tantos ejemplos en los que uno de los personajes se disfraza durante unas líneas de narrador, tan sutilmente que creemos que seguimos frente al narrador en tercera persona que nos va acompañando desde el comienzo. También vemos el juego temporal, en el que se cruzan las tres líneas temporales que recorren el relato: el viaje final de Simón Bolívar, el momento en el que el personaje recuerda o relata determinada anécdota y el día desde el que nos asomamos a la historia, muchos años después de la muerte de todos los actores. Pero además nos sirve para acercarnos a la figura de Simón de Bolívar y al tratamiento que de ella hace el nobel colombiano. Como decíamos unas líneas atrás, el relato histórico (entre otras muchas categorías aplicables), está impregnado de patetismo, al fin y al cabo el héroe nos es presentado como una “criatura de pavor”, indefenso y humano, envuelto en mantas y sepultado bajo sus gorros.

Las fiebres, el insomnio, la muerte inminente, planean sobre los días del conquistador, que se va despidiendo de la vida, de sus allegados, de los paisajes -”sin apartar la vista del esplendor de la bahía que el mismo había considerado como la más bella del mundo”- y de sus sueños poco a poco, sin darse cuenta. Pero también es alguien orgulloso, que se resiste a los cuidados y, sobre todo, a despertar un ápice de compasión. Hasta el último día planeará viajes de reconquista y dibujará estrategias bélicas, hará escribir cartas que pretenden cambiar el rumbo de la historia y agotará sus últimas fuerzas en actos como el que aquí aparece. Al fin y al cabo, tendrán lugar “por una sola vez y hasta más nunca”.

Las cartas, elemento fundamental en la novela. Bolívar nos deja caer algún fragmento, alguna intención, el narrador nos habla de ellas, pero no las podemos leer. Muchas cartas son escritas, como adelantábamos, con fines políticos o estratégicos y otras para cerrar deudas y dejar atado el destino de sus allegados cuando ve cerca el final. Pero también hay cartas de amor; aunque el general no permita que le lleguen las cartas de Manuela Sáenz, existen. Un personaje que me ha resultado muy interesante, la principal amante de Bolívar: Y es que casado y viudo en apenas unos meses muchos años atrás, parece que la única mujer que estuvo presente en su vida a lo largo del tiempo fue Manuela, mujer fuerte, independiente, que lleva la contraria una y otra vez al general, que salva su vida, que defiende su sombra en su ausencia aunque se juegue la vida por ello.

Otro personaje muy ligado a Bolívar es José Palacios, las 12 letras que abren la novela. Además de ser indispensable para el general, al que ha acompañado toda la vida y al que sirve con mucho amor, es un elemento narrativo fundamental, ya que a través de los recuerdos que trae a colación, se va construyendo el relato, en el que a partir de un momento muy concreto de la vida del general, conocemos su pasado y su final.

El final, tan presente en la obra de Gabriel García Márquez.


El final.